Ikuta Toma

Érase una vez, un precioso y exótico país ikemenil. En dicho país, todo tenía forma de ikemen: las casas, las tazas, los coches, las farolas… La gente no 




ikemen vivía feliz rodeada de belleza. Además, en el país ikemenil, no existía el paro, pues los hospitales siempre estaban llenos de gente medio desangrada, deshidratada o desmayada y constantemente se requerían plazas en enfermería y medicina. En las escuelas sucedía lo mismo, se necesitaban profesores y profesoras con un gran ojo clínico para detectar y formar futuros ikemens a los que adorar y amar. Así pues, todo era felicidad y alegría en el país ikemenil. ¿Todo? No. En un pequeño y apartado lugar, un ikemen permanecía secuestrado miserablemente por un vejete decrépito, medio lelo y lunático.


Así empieza la bonita, romántica historia de Ikunzel.


Ikunzel era un príncipe ikemenil, y como tal, creció rodeado de ikemens, preparado para convertirse en uno de los tantos reyes que gobernaban Ikemenland. Pero Ikunzel, a pesar de su linaje real, era sencillo, natural y le encantaba reír. Así, pasó su infancia y adolescencia rodeado de otros príncipes con los que jugaba y reía sin limitaciones. Ikunzel era un chico simpático, gracioso, amable y divertido que pronto se ganó la simpatía del pueblo llano. Las chicas, aunque se peleaban por los pósters del Príncipe de Los Grandes Pechitos, los del Príncipe Sobón o los de Blancodientes, adoraban a Ikunzel como al que más, pues con una sonrisa suya, conseguía detener las posibles guerras entre ikeobsesas.
Todo el mundo adoraba a Ikunzel, que se estaba erigiendo como una de las grandes figuras ikemeniles con su talento natural, hasta que llegó EL.

El Lunático (Lunny para los amiguetes) estaba mal de la cabeza. Esto es muy, muy, muy importante para poder comprender los sucesos futuros de esta bonita, romántica  historia.

EL siempre se había mantenido a la sombra de los pequeños ikemens, mirándoles desde lo lejos, controlando sus movimientos, acosándoles en los callejones oscuros y persiguiéndoles cual lapa babosa asquerosa.Pero cuando se dio cuenta que los pequeños príncipes, y sobre todo su amado American stupidPrince, querían tanto a Ikunzel, empezó a odiar a muerte a nuestro querido principito. Los celos le consumían, le hervía la sangre cada vez que veía a Blancodientes y al Príncipe de los Grandes Pechitos sonreírle a Ikunzel. ¿Por qué a él nunca le sonreían así? ¡EL quería que le sonrieran con amor, dulzura y con florecitas alrededor! ¿Qué podía hacer?¡Tenía que deshacerse de Ikunzel!

Así, Lunny empezó a urdir su maquiavélico plan contra el cariñoso y amable Ikunzel. Sabía que no podía hacerlo desparecer como ya había hecho otras veces, pues este príncipe era demasiado amado por los muggles como para poder disimular su desaparición. No obstante, un día, mientras espiaba a los pequeños príncipes en los vestuarios, se le ocurrió una fantástica idea. Ikunzel estaba acabado.

Dos años después, todos los príncipes amigos de Ikunzel se habían coronado ya reyes, pero él todavía esperaba su momento. Aún recordaba el día en que Lunny se lo llevó “de visita turística” a un antiguo castillo con una enorme torre. Recordaba como si hubiera sido ayer el momento en que, mientras contemplaba fascinado las pequeñas hormigas que entraban por la ventana, escuchó el sonido de una llave y una risa malvada y horripilante. Corrió hacia la puerta, pero estaba encerrada. Ikunzel había quedado recluido por siempre en la torre de ese castillo repleto de príncipes juniors, y ya no podía escapar. Así, empezó a extenderse por Ikemenland la Leyenda del Eterno Príncipe.

El Eterno Príncipe, narraban las más sabias, fue en su tiempo uno de los príncipes más destacados, amados y adorados por sus súbditas. Siempre estaba sonriendo, bromeando y esparcía su felicidad por todos los rincones del País de los Príncipes Proliferantes. Sus ikeamigos le querían y apreciaban por su sencillez y naturalidad, y las ikeobsesas más curtidas aún podían recordar el aura de felicidad que les envolvía en aquellos momentos. Pero sus ikeamigos fueron siendo coronados reyes y ya no podían estar tanto con Ikunzel, pues sus obligaciones para mantener el empleo en su país les llamaba. Y así, pasó el tiempo e Ikunzel se fue quedando atrás, como un Eterno Príncipe que espera a su princesa en su torre de cristal repleta de pequeños príncipes acosados.

Entonces, un caluroso día de primavera, una intrépida aventurera escuchó por casualidad esta historia. Le fascinó tanto la historia de Ikunzel que se puso a recolectar información. Después de rellenar discos y discos con imágenes del príncipe (todo sea por la información) decidió que era el momento de actuar.

Así pues, cogió el primer vuelo que pudo secuestrar y se plantó en Ikemenland con el objetivo de devolverle al pueblo lo que es del pueblo. Porque nuestra aventurera era una ikeobsesa, sí, pero una ikeobsesa generosa y justa.

Después de buscar y buscar, amenazar a algunos lacayos de EL e intentar secuestrar al American stupidPrince para tomarlo como rehén  encontró al fin el lugar donde se encontraba confinado nuestro príncipe.

Se dirigió hacia allí sin más dilación, pues aunque no sabía la ubicación exacta, estaba segura que su sexto sentido ikemenil la guiaría. Y así fue. Mientras atravesaba un riachuelo con forma ikemenil (¿?) oyó algo que le indicó que se encontraba cerca

Apresuró el paso lo más que pudo. Seguro que EL ya estaba intentando acosar al dulce Ikunzel. Y eso no lo podía permitir, ¡sólo ella podía acosar a Ikunzel!

Cuando llegó a la torre, empezó a gritar como una descosida hasta que el Eterno Príncipe, con la cabeza a punto de estallar, se asomó por la ventana. Y entonces algo mágico sucedió. Una brisa con esencia a rosas les envolvió y un susurro suave se dejo oír:

-Béeesalaaa~~ béeesalaaaa~~

Nuestra intrépida guerrera, sorprendida por esa escena sirenil, sonrió con dulzura. El príncipe, ante tan maravillosa visión, no pudo menos que caer rendido a los pies de su salvadora. Nuestra ikuobsesa, al ver los intentos de su príncipe de escapar por la ventana, tuvo una idea:

-Espera, Ikupríncipe mío. Tengo una idea mejor. ¿Por qué no me lanzas tu larga espada para que pueda trepar por la torre y así pateamos juntos al Lunny? no es lista ni nada nuestra Ikuniña jojo xD


Ikunzel asintió sin pensárselo dos veces. ¡Qué lista era su princesa! Así pues, cuando nuestra querida ikeniña llegó a lo alto de la torre toda sudada y a punto de desangrarse, Ikunzel lo primero que hizo fue besarla con pasión y arrodillarse a sus pies como el caballero que era. “A partir de ahora, seré todo tuyo”.

Dos horas después, Ikunzel y la intrépida guerrera se encontraron con fuerzas para salir de la torre. Mientras se manoseaban, se encontraron con EL, cargado hasta las cejas de imágenes lujuriosas del American stupidPrince y de algunos pobres e ingenuos juniors a los que había conseguido engañar.


La ikuprincesa, se apartó unos segundos de su amado príncipe para saludar al Lunny y mandarle recuerdos de algunas ikeamigas obsesas.

Aún hoy se sigue buscando su paradero.

A partir de entonces, Ikunzel y su princesa vivieron felices y fogosos su bonita historia de amor.


Esta historia fue sacada de aerenwing.blogpot.com
gracias

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