Yamashita Tomohisa



Érase una vez un bello joven que vivía en un bonito reino gobernado por una hermosa y justa princesa. Todo en dicho reino era alegría y felicidad. La princesa, sabedora de las necesidades de sus súbditas, organizaba grandes eventos ikemeniles a los que acudían los solteros más sepsiosos y codiciados  del país. Todas las féminas del país adoraban a la princesa y envidiaban a su corte de honor, cuyas integrantes pasaban las horas muertas secuestrando ikemens para su uso y disfrute personal. Y ellos encantados, claro.

Todos los ikesolteros del país soñaban con ser secuestrados por dicha corte ikeniñil, pues el hecho de ser elegidos era considerado un honor. Pero las ikeniñas, como se denominaba esta corte, tenían un fuerte competidor. Y nuestro joven y bello protagonista era su víctima más acosada.


Así comienza la historia de Yamashita

Yamaciento fue un niño feliz y alegre que, a pesar de haberse quedado huérfano a una edad temprana, pasó su infancia rodeado de amigos-futuros-ikemens con los que hacía competiciones de sepsiosidad. Todo era color de rosa en su vida (de ahí su apodo YamaPiento xD) hasta que apareció ÉL. Fue un lluvioso día de noviembre. Yamaciento, como todas las tardes, estaba danzando por la casa rebosante de vitalidad. De pronto, pero, se oyó un portazo y un trueno premonitorio retumbó en la lejanía. La vida de Yamaciento estaba a punto de dar un vuelco.

En ese momento, la gran puerta del salón se abrió y entró por ella un monstruo viejo decrépito y con mirada perversa, que iba acompañado por su fiel  aprendiz Jinseldo. Nuestro joven protagonista los miró con curiosidad, ¿quiénes eran esos extraños que interrumpían su perfecto mundo de arcoiris? Pero no le hizo falta preguntar, porque entonces recordó una carta de su madre que le entregó antes de morir. En ella le explicaba que al cumplir los diecisiete años se convertiría en el  pupilo de un preciado amigo suyo. Pero al observar la pervertida sonrisa que se empezaba a formar en los labios de aquel hombre asqueroso, Yamaciento sintió un escalofrío.

Había empezado su infierno.

A partir de ese momento, nuestro amado ikemen fue explotado sin piedad por aquel esclavizador loco. Le obligaba a aparecer en programas ikemeniles sin parar, le imponía centenares de doramas y miles de millones de apariciones en público. Y aún así, nuestro Yamaciento seguía sonriendo como el niño que una vez fue, intentando disfrutar y amenizando las largas veladas de rodaje con dulces canciones que hacían las delicias del más insensible…

Pero Jinseldo no podía permitir que la belleza de su “hermanastro” fuera superior a la suya, ni que las féminas del país tuviesen más hemorragias nasales cuando aparecía Yamaciento que cuando lo hacía. No, él no podía permitirlo, y su querido “padre”, tampoco. Así pues dedicaron su existencia a hacer más penosa la de Yamaciento. Le hacían trabajar en condiciones infrahumanas, pagaron a una fangirl acosadora que le perseguía sin parar y le dieron personajes llanos y sin chicha para que las fans le aborreciesen. Pero no lo consiguieron, y Yamaciento fue haciéndose más y más famoso.

Así pues, nuestro ikemen siguió su estresante vida como idol explotado hasta que un día, la princesa Isabel le vio haciendo el tonto en uno de los cientos de miles de millones de doramas en los que aparecía. Y, en el momento en que sus miradas se cruzaron a través de la pantalla, cayó rendida a sus pies. Isabel, después de una infructuosa búsqueda y secuestros, había encontrado por fin a su príncipe azul.

El problema era que no sabía su nombre, ni su dirección así que convocó a la corte de ikesabias para debatir qué podían hacer. Después de mucho reflexionar, se les ocurrió una fantástica idea que traería al apuesto ikemen directo a los brazos de su princesa.

Pocos días después, mientras Jinseldo y Jafar Johnny estaban en la habitación meditando, llegó una invitación para la fiesta de cumpleaños de la princesa Isabel. En ella se invitaba a todo ikesoltero con un grado de sepsiosidad superior a la media que estuviera dispuesto a servir a su princesa para toda la eternidad.

Jinseldo y Johnny-san rápidamente empezaron a trazar el plan que convertiría a Jinseldo en el rey ikemen del país. Pero Yamaciento constituía una amenaza, así que lo encerraron en la torre más alta de su prisión y marcharon entre manoseos y carcajadas al real baile.

Yamaciento lloró y lloró, y ya estaba pensando en irse a Yankilandia cuando, de pronto, oyó un extraño sonido.

“Ladys and gentlemans, boys and girls… this is the F-A-I-R-Y Rapper.”

Y “Plop”, apareció ante sus ojos el más extraño hado madrino que jamás hubiera podido imaginar


El hado madrino, mediante unos complicados raps de cosecha propia, consiguió enviar a Yamaciento al palacio de la princesa Isa, que empezaba a desesperarse ante la ausencia de su amado. Cuando sus miradas se cruzaron, esta vez en el mundo real, la chispa del amor cruzó la sala y atravesó sendos corazones. Tuvieron que llamar a urgencias, sí, pero estaban enamorados.

Pero cuando estaban a punto de llegar a mayores, el gran reloj del palacio dio las doce. Yamaciento miró con pavor a su amada, ¡¡el último tren estaba a punto de salir!! Debía subirse a él, ya que si su padrastro y hermanastro descubrían que había escapado, le obligarían a participar en aún más doramas!! Así pues, sin  tiempo para explicaciones, echó a correr seguido de la princesa, que no estaba dispuesta a dejar escapar a su amor. Estaba a punto de darle alcance cuando, bajando las escaleras de entrada a la mansión, Yamaciento perdió un zapato. La simple visión de su pie desnudo provocaron en la ikeprincesa fuertes mareos que le impidieron seguir con la persecución, y Yamaciento consiguió así subirse al tren.

Cuando llegó a casa, Jinseldo y  Johnny-san aún no habían llegado, así que se preparó un sandwich subió sin prisas a la torre donde había sido encerrado. Una vez allí, se tumbó en la cama abatido. Esa noche había sido una de las mejores de su vida, los verdosos y brillantes ojos de la princesa le habían embrujado de por vida, y aunque sabía que ya nunca más podría volver a verla, se prometió a sí mismo serle fiel desde la distancia.

Poco a poco, nuestro Yamaciento cayó en un profundo y pervertido sueño en el que la princesa Isa era la protagonista absoluta. Pero de pronto, un estruendo le despertó. Agudizó el oído y pudo distinguir a la perfección unos llantos desgarrados que parecían proceder del piso de abajo. ¿Pasaría algo con Jinseldo y Johnny-perver? Bajó las escaleras del torreón y sus dudas fueron confirmadas. Jinseldo y Johnny-san lloraban desconsoladamente pidiendo clemencia a alguien cuya figura no podía distinguir. Yamaciento abrió los ojos al verlos retorciéndose en el suelo con las manos entre las piernas. ¿Qué había pasado allí?

Entonces, cuando estaba a punto de volver de puntillas a su habitación y fingir que no había visto nada, escuchó la voz más celestial que nunca había oído.

-¿Dónde demonios está mi ikemen, estúpidos perros?

¡Era su princesa! Nuestro amado Yamaciento salió de su escondrijo y se echó en los brazos de su amada, que al verle de nuevo tan cerca a punto estuvo de colapsar. Desde ese instante, Yamaciento y la princesa Isa nunca más se volvieron a separar, y después de enviar a Jinseldo y Johnny-perver a un lugar del que no podrían salir y que amablemente les cedió Ikunzel , vivieron felices por siempre jamás.





0 comentarios:

Publicar un comentario